¿Te cuesta aceptarte a ti mismo? ¿Te aferras a la posibilidad de que aquello que no te gusta algún día cambie? ¿Aceptas el sufrimiento como parte de la vida o lo rechazas sin contemplaciones?
Aceptar es vivir con ello sin querer cambiarlo. A menudo, hay cosas de nosotros mismos que no nos gusta como nuestra apariencia, nuestra forma de actuar ante determinadas situaciones o personas, o simplemente, no somos capaces de aceptar ciertas emociones, sentimientos o pensamientos negativos que solemos evitar para no sentir el malestar o sufrimiento que, en muchas ocasiones, conllevan. Antes de seguir adelante es importante tener en cuenta que:
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Aceptar no es soportar el dolor abnegadamente, sino que aceptar es dejar de ir contracorriente para intentar evitarlo.
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Aceptar no es resignarse, sino que aceptar es darse cuenta de los verdaderos valores e intereses.
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Aceptar no es ignorar los pensamientos, sentimientos y emociones, sino que aceptar es abrirse a sentirlos.
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Aceptar no es un camino para no sufrir, sino que aceptar es asumir el sufrimiento necesario para crecer y evolucionar en tu camino vital.
En muchas ocasiones, notamos cómo nos habla nuestro pensamiento, afirmaciones del tipo “eres un inútil”, “no vas a conseguir nada” nos asaltan y se apoderan de nuestra mente y nuestro cuerpo. Tendemos a intentar acallar estos pensamientos esforzándonos en eliminarlos, pero ésto surte el efecto contrario, puesto que cuanta mayor importancia le demos a un pensamiento mayor se hará a cada momento y dominarán nuestras emociones y conductas. La aceptación nos permite desactivar estos pensamientos y para conseguirlo debemos dejarlos estar, sin darles mayor importancia, tomar distancia y seguir actuando sin perder el rumbo de nuestra vida. Para entender mejor este concepto, expongo una metáfora para intentar clarificarlo.
Dos mujeres se encontraban en su despacho compartido trabajando con sus respectivos ordenadores. A una de las mujeres mientras estaba escribiendo, le empezaron a aparecer mensajes en la pantalla de su ordenador. Mensajes que decía “nunca solucionarás tu problema”, “la gente te ve mal”. Cuando leyó estos mensajes empezó a creérselos y a angustiarse, a sufrir terriblemente ¡¡¡Parecían tan ciertos!!! Entonces intentó borrarlos de la pantalla, pero no pudo. Así que continuó trabajando. De vez en cuando, volvían a aparecer pero como ella sabía que no podía eliminarlos, no intentó hacer nada y siguió trabajando. A pesar de los mensajes que a veces aparecían y le hacían sufrir, la mujer disfrutaba y se sentía bien consigo misma porque su trabajo estaba quedando tal y como ella quería.
A la otra mujer, le empezó a suceder lo mismo. Empezaron a aparecerle los mismos mensajes que a su compañera: “nunca solucionarás tu problema”, “eres una inútil”… Entonces intentó eliminarlos, pero no lo conseguía. Sufría muchísimo porque estaba totalmente convencida de que los mensajes eran ciertos. Y además sufría porque no conseguía eliminarlos. Así que dejó de trabajar para pensar qué métodos podía emplear para eliminar los mensajes. Estaba segura de que si no los borraba no podría continuar trabajando. Así que empezó a probar un método tras otro, pero no conseguía nada. Los mensajes seguían allí. Miraba a su compañera con rabia porque la veía trabajando e incluso parecía que estuviera disfrutando de su trabajo. Pensó que su compañera podía trabajar porque no recibía los mismos mensajes que ella. Así que siguió en su empeño de eliminarlos. Su sufrimiento iba en aumento: cada vez tenía más mensajes negativos, fracasada en todos sus intentos por eliminarlos y encima no avanzaba en su trabajo. Se quedó estancada en esta situación.
La solución pasa por aceptar, dejar estar, no dar más importancia de la que realmente tiene y seguir avanzando; en vez de luchar y magnificar los pensamientos, sentimientos y emociones negativas que nos invaden.
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