¿Te cuesta mostrarte tal como eres? ¿Realmente te conoces? ¿Te gustaría expresar lo que piensas? ¿Sientes que otros dirigen tu vida?
Muchas veces nos afanamos en compararnos con los demás, esperar que el resto haga algo por sacarnos de donde no queremos estar, otros en cambio viven pesarosos creyéndose presos de su destino, de la suerte o de lo que los demás decidan para él. No nos damos cuenta que somos el capitán de nuestro barco y que todas las demás personas que pasen por nuestra vida, serán transitorias. Esto incluye a padres, hijos, amigos, enemigos, maridos, esposas, amantes, compañeros, a todos. En algunos casos estas relaciones simplemente pueden durar unos segundos, como un cruce de miradas en plena calle y otros pueden asociarse a la eternidad, como el amor que se profesan marido y mujer. Pero en definitiva, con quien compartes todos los segundos de todos los minutos de todas las horas que tienen todos los días que completan todos los meses de absolutamente todos los años de tu vida, es contigo mismo. Por lo tanto, nadie está más autorizado que tú mismo a hablar sobre ti.
Está claro que de un modo más o menos consciente todos nos conocemos a nosotros mismos, tal vez no sepamos denominar cada uno de nuestros rasgos o no conozcamos nuestras actuaciones en todas las situaciones posibles, pero cuando ocurre algo sabemos como nos gustaría reaccionar….otra cosa es lo que hagamos realmente. Debido a nuestros miedos e inseguridades muchas veces cedemos los derechos de autor sobre nosotros mismos a otras personas que creemos más capaces que nosotros y les pedimos que nos escriban el guión de nuestra vida. Otras personas optan por el silencio reprimiendo sus deseos, necesidades o creencias. Los que hablan, en ocasiones, no reflejan lo que de verdad sienten en su interior sino lo que creen que el otro espera que diga. Estas y otras actitudes similares provocan que nos sintamos frustrados e inexpresados o que otra persona tome las riendas de nuestra vida dejándonos en una especie de vacío existencial. Es decir, cuando abandonas el protagonismo de tu vida, no eres tu quien la cuenta. Tu vida pasa a ser el relato de otros.
La importancia de conocerse a uno mismo radica en que sólo cuando sepamos cómo somos, cómo nos sentimos, cómo actuamos…. dejaremos de ser, sentir, actuar como “debemos”. Para llegar al autoconocimiento pleno y liberarnos de los modelos y mandatos que no nos identifican podemos preguntarnos estas cuestiones internamente:
¿Cómo me siento?
¿Qué pienso?
¿Qué quiero?
¿Qué necesito?
¿Qué deseo?
¿Qué puedo?
¿Qué tengo?
¿Qué sé?
Al principio nos costará dar respuestas a estos interrogantes pero una vez que los vayamos resolviendo nuestro camino, nuestros objetivos, nuestra forma de actuar, de pensar y de sentir fluirán hacia el exterior y nos hará liberarnos para mostrarnos tal y como somos a los demás, y lo más importante, a nosotros mismos. Con esto quiero decir, que cuando comienzas a hacerte preguntas sobre ti mismo, comienzas a conocerte, crece tu autoridad acerca de quien eres y apareces ante los demás con mayor seguridad.
Una de las cuestiones más complicadas para nosotros suele ser la utilización del “yo”, pues nos parece que resultaremos prepotentes, egocéntricos y presuntuosos. Ya desde niños nos enseñaron que era de egoístas utilizar los yoísmos, pero esto no es del todo así. Al igual que el colesterol, existe un egoísmo bueno y necesario,y otro nocivo y tóxico. El problema del egoísmo comienza cuando se transforma en egolatría, en una adoración excluyente de uno mismo por encima, a pesar y en contra de los demás. Utilizando el yo como forma de consciencia, es algo que nos define y humaniza. Cuando digo “yo siento, quiero, no quiero, pienso, necesito, espero, deseo, puedo, doy, recibo, sé….” me establezco como sujeto de mi existencia.
Ocurre también en el amor, nos han vendido siempre la historia de que sólo somos la mitad de una naranja y que no estaremos completos hasta que encontremos nuestra otra mitad. Pero podemos verlo desde otro punto de vista, para formar un nosotros necesitamos dos yo, dos seres completos, capaces de nombrarse a sí mismos con sus virtudes y carencias. Es decir, dos que no empiezan por ser yo, jamás podrán convertirse en nosotros. Esto significa no confundir amor con confluencia. Yo soy yo cuando digo al otro yo qué amo de esa persona, qué siento por ella, qué necesito y qué puedo dar. Debemos aprender que al hablar de mí hablo sólo de mí, no de una regla que debe ser cumplida por el otro, así como cuando escucho al otro puedo no juzgarlo ni interpretarlo ni calificarlo, porque él o ella es tan único y diferente como yo y tan primera persona para sí mismo como yo lo soy para mí. En definitiva, el buen amor es posible a partir de dos que se aman, ante todo, en primera persona del singular.
Fuente: El Buen Amor de Sergio Sinay
Lo que te hace diferente, es lo que te hace hermoso. No renuncies nunca a ser como eres, es lo que te hace único.
Deja una respuesta