¿Sientes que no te apetece hacer nada? ¿Te cuesta empezar nuevos retos? ¿Dejas tus proyectos a medias porque pierdes el interés?
La auténtica motivación es la fuerza que nos pone en marcha y nos hace avanzar en la vida. Pero hay ciertas etapas de nuestra vida en las que nos sentimos más desmotivados e inapetentes, bien sea debido a causas externas a nosotros como pueden ser los cambios de estación, pérdida de un trabajo o ruptura de una relación, o bien a causas internas como puede ser un estado de ánimo deprimido durante la mayoría de los días, miedos y bloqueos que nos paralizan, etc. La motivación no surge del interés por lograr algo inmediato, sino que nace de los deseos más profundos de nuestro ser. Pero, para seguir adelante, es necesario que la motivación vaya acompañada de nuestro esfuerzo y dedicación.
Cuando no podemos visualizar nuestros deseos o cuando no logramos obtener estímulos de ellos, nos encontramos ante un obstáculo en nuestra motivación. Esto puede transformarse en problemas para iniciar una actividad “No puedo ponerme en marcha”, o bien, una dificultad que nos impida o entorpezca el avance “He perdido el interés”. Para recuperar nuestra motivación y romper las barreras que nos bloquean el avance vital podemos hacer frente a cuatro tipos de obstáculos muy frecuentes:
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Miedo: muchas veces el miedo puede disuadirnos de emprender un nuevo rumbo. Sin embargo, el miedo no obedece a una falta de motivación, sino todo lo contrario. Las cosas que nos interesan mucho también nos dan mucho miedo por la posibilidad de que no resulten como las imaginábamos. Con todo, la simple sustitución de la frase “me da mucho miedo” por “me gustaría mucho” nos devuelve muchas veces las riendas de la situación y puede funcionar para salir de la inercia y ponernos en acción. Recuerda: “Aunque tengas miedo, hazlo”.
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Desinterés: A veces la sensación de desconocer qué es lo que queremos toma la forma extrema de “no hay nada que me interese o apetezca hacer”. El desinterés generalizado es una dificultad de entrar en contacto con los propios deseos. Esta dificultad es, en la mayoría de los casos, una manera de evitarse el dolor que conlleva querer algo. Porque llegar a ese “algo” implica siempre un trabajo, aunque sea un trabajo con el que disfrutemos. Desear representa enfrentarse con la incertidumbre y el riesgo. Para evitar este riesgo, muchas veces terminamos eligiendo no querer nada, no elegir. Esta actitud nos evita el dolor pero, inevitablemente, nos conduce a una vida pobre y gris.
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Aburrimiento: ¿A quien no le ha ocurrido alguna vez, haber comenzado una actividad con mucha ilusión y energía, y al cabo del tiempo se instalen el aburrimiento y el desinterés? Es la sensación del “esto ya no es lo que era”. Muchas veces, ésta es la evolución natural de las cosas, pues se convierten en lugares que ya no nos pertenecen o a los que nosotros ya no pertenecemos y de los cuales tendremos que saber retirarnos. Otras veces, en cambio, la situación o actividad nos sigue interesando a largo plazo, pero lo inmediato no nos motiva. Lo que sucede en este caso es que, en un principio, es suficiente con la novedad y el estímulo externo para generar la motivación, pero una vez esto ha pasado, es necesario poner algo de nosotros mismos para enriquecerlo. Ninguna actividad, tarea, relación de pareja o vínculo emocional se sostiene si no ponemos de nuestra parte. Es necesario cuidar de ello y nutrirlo para que siga respondiendo a nuestros deseos y nos motive.
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Falta de resultados: Otra causa frecuente de desmotivación es la falta de obtención de resultados: “¿Para qué continuar, si no obtengo nada de ello?” La motivación proviene de la sensación de que estamos avanzando, y los pequeños logros son a veces necesarios para conseguir esa sensación. Pero creo que en estos casos el problema está en confundir la forma en que intentamos algo (el plan de acción) con el deseo o interés que sustenta. Si las cosas salen mal, lo que deberíamos replantearnos es el cómo estamos buscando algo, pero la dirección en que queremos dirigirnos (el qué) no debería depender del resultado. Siempre podemos cambiar de ruta, pero el rumbo es algo más profundo, que debe ser trazado a partir de nuestras emociones y no de las múltiples fuerzas de las que dependen del éxito o el fracaso.
Si quieres cambiar los frutos, tendrás que modificar primero las raíces
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