¿Crees que sabes amar bien? ¿Sientes que no tienes suerte en el amor o que no sabes elegir a tu pareja ideal? ¿Siempre fallan tus relaciones afectivas y no sabes por qué?
Estamos en medio de una sociedad en continuo cambio, las generaciones de nuestros abuelos nada tienen que ver con la nuestra, y nuestra generación nada tendrá que ver con la de nuestros hijos o nietos. Aún así existe un denominador común en todas ellas, la importancia del amor en nuestra vida. Da igual la forma en que se manifieste ni el sentimiento o emoción que nos genere, el amor es parte necesaria de nuestra vida. Los que están en pareja muchas veces viven esa experiencia como un mal necesario (peor es nada) y con la sospecha de que la felicidad está en otra parte. Quienes se encuentran solos, creen que el remedio para todos sus males está en encontrar pareja, por lo que centran todos sus esfuerzos en ello y dejan de lado todo aquello que no vaya en esa dirección. Hay otros que van de desencuentro en desencuentro echándole la culpa al destino, a la mala suerte o a los defectos de los demás (“eres una histérica”, “es un egoísta”, “menudo aprovechado”…) de su mal atino o porque simplemente no están preparados para amar bien a alguien. Todos con buena fe, sinceridad, tozudez o resignación insisten en creer en el amor o terminan por resignarse a no encontrarlo nunca.
Al igual que es necesario conocerse a uno mismo, quererse, valorarse y respetarse; los seres humanos tenemos necesidad de amor o como proponía Maslow en su pirámide: “Necesidad de Afiliación” de afecto, amor e intimidad sexual, entre otras. Hoy día es difícil concebir la vida sin experimentar todas estas sensaciones, sentimientos, pensamientos, etc..que nos genera tener al lado a la otra persona. Sin el otro no hay pasión, amor, deseo, ilusión, esperanza, odio, desencanto, búsqueda y encuentro. Somos únicos, necesarios y complementarios. Es posible vivir en completo aislamiento pero dejaremos de vivir y experimentar las condiciones básicas de lo humano. Tampoco es suficiente vivir con el amor propio, ni siquiera el más voraz de los caníbales se come sus miembros para sobrevivir. Esa otra persona que nos complementa puede ser real o imaginaria, cercano o inaccesible, alguien presente o ausente. Da igual como sea, lo fundamental es que experimentes, sientas y vivas. Podemos exponer una serie de cuestiones para dar forma a esa persona que nos complemente:
¿A quién amo?
¿Por quién soy amado?
¿En quién pienso?
¿A quién deseo?
¿Quién me acompaña?
¿A quién recuerdo?
¿A quién quiero olvidar?
¿De quién espero algo?
¿A quién me ofrezco?
Un concepto clave en toda relación sana de pareja es la aceptación. La aceptación del otro supone ver la perfección en una persona imperfecta, es decir, aceptar a la persona tal como es con sus virtudes y defectos; y ver en ella alguien que actúa de buena fe hacia nosotros, sin pretensiones de engañar, manipular u ocultar, lo que propicia enormemente la confianza, factor necesario para el buen funcionamiento de la relación. Aceptación no es lo mismo que tolerancia, la tolerancia genera culpas, sumisión y promesas difíciles de cumplir “Te prometo que voy a cambiar”. El que tolera se desvincula de la pareja que ya no está al mismo nivel, se sitúa un escalón por encima del tolerado, lo que genera una situación de desventaja en una de las partes de la relación. Resignación tampoco es como la aceptación, la resignación coloca al resignado frente a la frustración y el desencanto. Cuando nos resignamos nos damos por vencidos sin falta de que la otra persona se sienta vencedor, nos quedamos anclados en un lugar que no queremos estar.
Otra de las falsas creencias en el amor es pensar que “el que busca encuentra”,pero antes de ponernos manos a la obra debemos tener claro lo que buscamos y lo que necesitamos en una pareja: seguridad, ternura, pasión, apoyo, estabilidad, diversión, pasión….hay una larga lista de atributos que pueden hacer a una persona atractiva como pareja. En esa búsqueda que puede volverse infinita, pensamos “Ya me he enamorado otras veces, me volverá a pasar”, cuando pasa el tiempo y vemos truncados nuestros esfuerzos la frustración llama a nuestra puerta en forma de “¿por qué a los demás les pasa y a mi no?”. Entonces empezamos a sentirnos infelices y crecen las expectativas de que lograremos la felicidad en cuanto encontremos nuestra pareja soñada. Seguimos buscando con mayor énfasis y la premisa inicial cobra mayor sentido, “estoy buscando y tarde o temprano, encontraré”.
Cuando te obligas a buscar impulsado por creencias populares, porque crees que es el paradigma de la felicidad en pareja, por temor a la soledad o por expectativas ajenas, estás condenado al fracaso en dicha búsqueda. Quizás encuentres esa pareja pero no será más que el reflejo de tus ansias por encontrar. Con esto no queremos decir que sea malo buscar, pero se debe buscar con libertad contemplando la posibilidad de no encontrar. De hecho hay búsquedas sin encuentro y hay encuentros sin búsqueda. El primer encuentro que debes hacer es contigo mismo, con tus capacidades, limitaciones, emociones y sensaciones, debes saber quién eres, lo que ofreces y lo que necesitas en una pareja. Sin el encuentro con uno mismo, puede suceder que necesites encontrar a otra persona porque huyes de ti, de las tareas que tienes pendientes contigo mismo y sucederá que acabarás yendo de una pareja a otra en cuanto salga a relucir tu mundo interior. Como conclusión, podemos decir que el encuentro es un punto de coincidencia único y no predeterminado en la trayectoria que sus protagonistas transitan en la vida. El encuentro no nace de la ansiedad por encontrar, de la impaciencia, de la obsesión o del miedo a la soledad; sino que el encuentro se forja con el tiempo, con la aceptación del compromiso con el propio ser en el aquí y ahora sin condiciones, reproches o expectativas de transformación del otro.
En definitiva, es necesario conocernos y aceptarnos a nosotros mismos, saber lo que queremos y buscamos en la otra persona y si se produce el encuentro, aceptarla tal como es. No debemos hacer responsable al Otro de nuestra felicidad, pues cada uno debe integrar su parte en la pareja para que funcione como un TODO.
Fuente: El buen Amor, Sergio Sinay
No soy responsable de lo que siento, pero sí lo soy de lo que hago con mis sentimientos.
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