¿Pasas horas y horas delante de un ordenador sin importarte lo que ocurre en el mundo exterior? ¿Uno de tus mayores deseos es tener cuantos más amigos en Facebook o Tuenti mucho mejor? ¿Estás constantemente revisando las últimas novedades en Twitter o consultando el correo electrónico?
Las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) están llamadas a facilitarnos la vida, pero también pueden complicárnosla. Si hay una obsesión enfermiza por adquirir la última novedad tecnológica o las TIC se transforman en el instrumento prioritario de placer, el ansia por estar a la última puede enmascarar necesidades más poderosas.
La ciberadicción se establece cuando el niño deja de verse con sus amigos y se instala frente a la pantalla con sus videojuegos, el adolescente presta más atención a su Iphone que a su novia o el joven no rinde en los estudios porque revisa obsesivamente su correo electrónico. En todos estos casos hay una clara interferencia negativa en la vida cotidiana.
Las motivaciones para hacerse con un Iphone o para tener cuenta en las redes sociales virtuales son múltiples: ser visibles ante los demás, reafirmar la identidad ante el grupo, estar conectados con los amigos. El anonimato produce terror del mismo modo que asusta la soledad. Las redes sociales alejan al fantasma de la exclusión: se vuelcan las emociones, con la protección que ofrece la pantalla, y se comparte el tiempo libre. Uno puede creerse popular porque tiene listas de amigos en las redes sociales.
Los riesgos más importantes del abuso de las TIC son, además de la adicción, el acceso a contenidos inapropiados, el acoso o la pérdida de la intimidad. Asimismo, existe el riesgo de crear una identidad ficticia, potenciada por un factor de engaño, autoengaño o fantasía.
A nivel demográfico el grupo de riesgo está constituido por sujetos con personalidad vulnerable, con una cohesión familiar débil y con unas relaciones sociales pobres que corren gran riesgo de hacerse adictos si cuentan con un hábito de recompensas inmediatas, tienen el objeto de la adicción a mano, se sienten presionados por el grupo y están sometidos a circunstancias de estrés (fracaso escolar, frustraciones afectivas o competitividad) o de vacío existencial (aislamiento social o falta de objetivos).
Las principales señales de alarma que denotan una dependencia a las TIC o a las redes sociales son las siguientes:
Privarse de sueño (más de 5 horas) para estar conectado a la red, a la que se dedica unos tiempos de conexión anormalmente altos.
Descuidar otras actividades importantes, como el contacto con la familia, las relaciones sociales, el estudio o el cuidado de la salud.
Recibir quejas en relación con el uso de la red de alguien cercano, como padres o hermanos.
Pensar en la red constantemente, incluso cuando no se está conectado a ella y sentirse irritado excesivamente cuando la conexión falla o resulta muy lenta.
Intentar limitar el tiempo de conexión, pero sin conseguirlo, y perder la noción del tiempo.
Mentir sobre el tiempo real que se está conectado o jugando a un videojuego.
Aislarse socialmente, mostrarse irritable y bajar el rendimiento en los estudios.
Sentir una euforia y activación anómalas cuando se está delante del ordenador.
El uso de las TIC y de las redes sociales impone a los adolescentes y adultos una responsabilidad de doble dirección: los jóvenes pueden adiestrar a los padres en el uso de las nuevas tecnologías, de su lenguaje y sus posibilidades; los padres, a su vez, deben enseñar a los jóvenes a usarlas en su justa medida.
Los padres y educadores deben ayudar a los adolescentes a desarrollar la habilidad de la comunicación cara a cara, lo que entre otras cosas supone:
Limitar el uso de aparatos y pactar las horas de uso del ordenador.
Fomentar la relación con otras personas.
Potenciar aficiones tales como la lectura, el cine y otras actividades culturales.
Estimular el deportes y las actividades de equipo.
Desarrollar actividades grupales, como las vinculadas al voluntariado.
Estimular la comunicación y el diálogo en la propia familia.
La limitación del tiempo de conexión a la red en la infancia y en la adolescencia (no más de 1,5 – 2 horas diarias, con la excepción de los fines de semana), así como la ubicación de los ordenadores en lugares comunes (el salón, por ejemplo) y el control de los contenidos, constituyen estrategias adicionales de interés.
Lo característico de la adicción a Internet es que ocupa una parte central de la vida de la persona, que utiliza la pantalla del ordenador para escapar de la vida real y mejorar su estado de ánimo. Al margen de la vulnerabilidad psicológica previa, el abuso de las redes sociales puede provocar una pérdida de las habilidades en el intercambio personal, desembocar en una especie de analfabetismo relacional y facilitar la construcción de relaciones sociales ficticias.
Por todo ello, el objetivo terapéutico a conseguir es el reaprendizaje de la conducta de una forma controlada.
Fuente: Adicción a las nuevas tecnologías y a las redes sociales en jóvenes: un nuevo reto. Enrique Echeburúa y Paz de Corral
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